El calor pegajoso hacía mella en mi ánimo algo rastrero, he salido un rato con amigos por cierto excepcionales con los que una charla es algo maravilloso, o tomar algo sin más, bailar, me gustan los fines de semana, sobre todo porque la gente se relaja, a veces se desmadra demasiado y suceden sucesos extraños, que se hacen rarunos, que suenan a desafinación de una sociedad que busca descansar, darse una vuelta. A veces da un giro de ciento ochenta grados y desvaría, patina en una degeneración inaguantable.
Espero que sean los mínimos, porque aún quiero creer en la humanidad. Me centro para ello en mis amigos, personas excepcionales a quienes he cogido un cariño amoroso absoluto.
Son amigos que espero no perder, en las cadencias, en las idas y venidas de la vida. Porque la amistad era un valor en el que había dejado de creer , y, repentinamente, vuelvo a creer. Vuelvo a emocionarme por las personas, por la gente y me gusta. Me gusta que me suceda esto, volver a creer a sentir la amistad, la amistad que un día perdí pero nunca la di por perdida.