Pensé que tu muerte era mi castigo, pero ahora sé que fue tu salvación y me alegro, aunque me pesa. Me pesa no tenerte por eso te invento y hablo contigo y no paramos de conversar como viendo aquél Acorazado Potemkin.
No te olvido, estés donde estés tu condena es mía y tu fracaso lo hice mío. Ahora me doy cuenta que ambas triunfamos.
Te quiero